Tocándose por dentro

"Pasión II" ALBERTO PANCORBO

“En una cabaña en medio de aquel desierto se encontraban en torno al fuego dos personas, un hombre y una mujer. Charlaban amenamente reflexionando sobre el pasado de cada uno. En la montaña descendía la niebla cubriendo el paisaje, cerrándose sobre la cabaña, aislados en esa burbuja, un halo de ternura los cubría.
Una mujer apasionada por la vida, consciente de su realidad, escuchando palabras escritas.
Un hombre apasionado por la vida, consciente de su realidad, leyendo en alto para ella. Empatía recíproca. Se cuidaban enterneciéndose de la similitud de sus almas reunidas al azar...”

Escribe notas en su libreta, pero no deja de pensar en la situación real. Ella sabe que si sigue mirando sus ojos, se tocan por dentro. Se asusta, puede dar el paso o puede quedarse en ese mismo punto no dejando que el sentimiento se desarrolle. Pero si se deja llevar por lo que le nace en su interior, si se deja llevar por el bombeo de su corazón le llegan deseos de besarlo, de abrazar su lengua con sus labios, de seducirlo, de coquetearlo. Le sirve una copa de vino, para calmar la sed, se le ocurre que tal vez escuchar música remitiría esa ansiedad de querer tocarlo. Se sabe observada por él, y se vuelve una niña entre sus miradas. Suena el saxofón de Paquito D’Rivera de fondo, Memories. En su interior, la pasión se desarrolla, desea tocarle, entonces él se levanta le coje de la mano y al son del danzón bailan. Un lento danzón, pegado a los cuerpos. Bailan mirándose a los ojos, sonriéndose por dentro, sus corazones laten descontrolados, excitados, mientras mantienen el ritmo envolvente.
Y llega el primer beso, y sus cuerpos se aprietan sin dejar de bailar, rozándose lenta y armónicamente.
Siente su sexo palpitar y crecerse, se gira para sentirlo también entre sus nalgas, baile sensual al son del danzón. Y siguen los besos, sus labios sólo se separan para seguir adorando otras partes de piel. No son capaces de seguir bailando, el son de la música no llega a sus sentidos. En su lugar llegan corrientes de deseo que arriban como olas en marea llena. Pierden la ropa, se revuelven sobre el sofá, se miran y con caricias dosifican la pasión descontrolada. Quieren sentirse, disfrutarse despacio, lentamente saboreando cada trocito de piel, cada sensación. Se miran tocándose por dentro.