10 enero 2009

SENDEROS

Raúl y Mónica. Sí, fueron dos. Mellizos. No sufrían por tener que hacer deberes, ni por cumplir obligaciones, ni por acostarse a la hora, ni por madrugar. Que importaba. Estaban juntos, poco más se podía añadir a la felicidad de pensar que su amigo era también su hermano.

Cuando Mónica tomaba un camino, era una decisión propia suya. No por contraposición a su hermano, sino por pura inquietud. Entonces Raúl iniciaba también el suyo. Era otro, claro, que divergía con el de Mónica; pero que tenía el mismo cariz. El de recubrir con la búsqueda solitaria la sonrisa de saberse acompañado en la vida.

A la mayoría su subconsciente les intentaba paliar su soledad haciéndoles ver que dos líneas siempre acababan juntándose. Ellos no, los mellizos creían que eran dos rectas que divergían, que en la diferencia encontrarían su razón de ser.

Cuando Mónica comunicó que había encontrado el puesto que deseaba en Brisbane, su madre supo que Raúl buscaría su lugar en el mundo en Ottawa. Lo había ido comprendiendo con el paso de los años. No era premonitoria, pero si tenía intuiciones precisas. El próspero negocio de las flores violetas sería compartido por los dos hermanos. La sana bicefalia a distancia.

En aquel paseo matutino lo vio cristalizado. Se lo hizo ver el sol, mientras le calentaba el riñón derecho.




"Prefiero que circulen las palabras"

3 comentarios:

ybris dijo...

Caminos divergentes que parten de un origen convergente.
Ojalá el sol con su sombra nos lo revele siempre.

Muy bello.
Besos.

Belén dijo...

Bueno, espero que si lo encuentren juntos su camino divergente...

besicos

Tempero dijo...

La flor del azafrán falso, y la del verdadero, es otoñal, la primera de las praderas. Converger y diverger son dos de las más hermosas formas de respirar.

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