Roncesvalles - Zubiri
21 de septiembre de 2004
En el albergue de Roncesvalles a las cinco de la mañana, las personas ya estaban revolviendo sus bolsas para ir a asearse y salir, bueno la verdad es que aunque quisiera dormir no podía, estaba también impaciente por salir.
A las siete y media salimos de Roncesvalles, no había casi luz...
Bruquete está muy cerca y decidí desayunar con Helena en una cafetería de ese pueblecito. Allí estaban un grupo importante de peregrinos y peregrinas desayunando, en ese momento conocí a Cristina, también hacía el camino sola y por su mirada supe que tenía que hablarle, se veía desorientada, quedamos en que caminariamos juntas, ya eramos tres, perdón cuatro, me quedaba Heloisa que la conocimos en la ducha del albergue.
El camino que transcurre entre Roncesvalles y Zubiri en su comienzo es muy adecuado para caminar, por el firme del terreno, y va creciendo el día contigo entre un bosque de robles, de hayas, espinos, enebros, preciosos y llenos de encanto.
Es también un camino duro por el ascenso al alto del Erro, pero lo peor es el descenso a Zubiri. Pensé que no podía seguir bajando, como siempre y para no perder mi razón de ser, animando a los demás, me iba animando a mi misma.
Helena, valenciana y con mucha alegría marcaba el paso, yo iba detrás hablando con ella, Cristina, bilbaina y todo un amor congenió muy bien con Heloisa, brasiñela, ellas cerraban nuestro grupo. Se creó una fraternidad agradable, nuestras reflexiones en los temas que ibamos planteando eran muy similares, como si la vida nos hubiese enseñado lo mismo desde experiencias tan diferentes.
Con todo llegamos a Zubiri a las dos de la tarde. Una comida muy reconfortante.
LLegamos al albergue, ducha, cuidado de los pies, lavar la ropa, y cenamos en un restaurante. Escribo notas en mi diario: En seis horas, 23 km, no está mal para el primer día. Muchos continuan para Larrasoaña, pero es mejor no "machacarse". Lo importante es ir cuidando los pies, mirar como se pisa, caminar adecuadamente para prevenir las posibles tendinitis. Cada persona tiene su ritmo al caminar, hoy caminé al ritmo del grupo, todavía no sé si ese es mi ritmo adecuado. Debo descansar y dosificarme, mejor caminar sin tantas paradas, más continuo, poco a poco subiré el ritmo y aumentaré el kilometraje diario, sería interesante llegar a Santiago en 28 días, según Heloisa es adecuado para el organismo por los ciclos lunares. Las etapas que tienen dispuestas en las guías y que sigue todo el mundo son 27, me quedaría un día de margen. Además así gano la apuesta que me hicieron mis hermanos. Apostaron que no llegaría en 30 días que me iba a llevar muchos más. De momento me encuentro bien, veremos mañana.
7 comentarios:
Queridas compañeras y compañeros de viaje, he decido gracias a vuestros comentarios seguir pasando mi diario de este camino a este blog, también dispuse un apartado que se titula Aventura, para leer los posts que os interese.
Muchas gracias a todos y a todas.
¡Qué buena idea lo de poner estos post en un apartado especial!
Te sigo leyendo.
Me gusta que continues con tu diario y que hayas dado con gente tan parecida a ti durante el camino.
Sigue adelante. Ya sabes lo que siento.
Pichurriñaaaaaaaaaa!!!
Choi yooooo
Te queroooo muchooooooooooo
Tu fan number uan
HELENA
Salimos muy prontito aquel día del albergue de Roncesvalles y nos sentíamos con "mal cuerpo" por las escasas horas que habíamos dormido. Nos despedimos de aquel frío y precioso lugar cuando era todavía noche cerrada, haciéndonos las primeras fotos del camino delante del monumento funerario a Roland construido por Carlomagno. El camino era al principio estrecho, transcurría por una senda, y allí fue donde intercambié las primeras palabras con Heloísa, a quien habíamos visto el día anterior en el albergue. Heloísa era un polvorín, desbordaba energía. No recuerdo la edad exacta que tenía. Procedente de Sao Paulo, no era físicamente el prototipo que todos tenemos en mente cuando pensamos en una mujer brasileña. Ella era rubia, delgada, y no demasiado alta. Junto a ella caminaríamos las siguientes etapas, aunque los caminos de Guada y de Heloísa habrían de separarse más adelante. Optamos por desayunar, para coger fuerzas, en el siguiente pueblecito, Burguete, situado a unos tres kilómetros de Roncesvalles. En la cafetería en la que entramos conocimos a Cristina, una bilbaína que hacía honor a la gente de su tierra, franca, noble y muy maja. Habíamos coincidido con ella la noche anterior durante la cena en el albergue. Nos prestó un cuchillo, pero apenas habíamos hablado. Decidió unirse a nosotras. La primera jornada de marcha se hizo muy amena. La ruta era especialmente agradable, muy boscosa y el frondoso verde invadía todo el paisaje. Todo un regalo para los sentidos. Como era la tercera vez que hacía el Camino y conocía de sobra qué podía suceder si se fuerza demasiado las piernas el primer día, logré convencer al grupo de que hiciéramos noche en Zubiri, en vez de llegar a Larrasoaña. A pesar de que llevábamos buen ritmo y que las piernas aguantaban bien las horas de marcha, al llegar a Zubiri pude sentir de golpe el cansancio en el cuerpo. Compramos víveres en una tiendecita del pueblo y comimos en una mesa situada justo delante, al aire libre. Un poco más tarde llegamos al albergue, nos aseamos en unas duchas situadas a unos metros del albergue, lavamos la ropa y nos fuimos a cenar a un restaurante. Allí estuve explicando a mis queridas compañeras de viaje las etapas que había realizado en las anteriores aventuras por la Ruta Jacobea, los enclaves "mágicos" en los que valía la pena deternerse, las leyendas que impregnan la 'Ruta de las Estrellas', los albergues que me habían llamado la atención, así como los guardianes del Camino, aquellas entrañables personas que, con todo su cariño, se dedican de forma voluntaria a atender a los peregrinos en los albergues. Heloísa me dio su libro mientras cenábamos para que escribiera en él todos esos detalles. Me detuve concretamente en la etapa de Manjarín, en los montes de León, y escribí en una hoja aparte un relato sobre mi querido amigo Tomás, el hospitalero de aquellos parajes, ya que todo lo que tenía que contar a mi compañera sobre aquel mágico lugar no cabía en el espacio que me dejaba el libro. Sin mi querido Tomás, el Camino no sería nunca el mismo. Recuerdo que titulé el escrito de la siguiente forma: "Manjarín: un antes y un después". A mediados del pasado mes de octubre, cuando pasé un fin de semana en el refugio de Manjarín (dos indescriptibles días en los que tuve el honor de vivir en mis propias carnes qué es lo que se siente al otro lado, cuando se es hospitalero y se tiene que atender con mucho cariño a los agotados peregrinos que llegan al albergue tras numerosas horas de marcha bajo la lluvia y el frío por los montes de León), encontré en la casa de Tomás aquella hoja. Heloísa la había dejado allí a su paso por el refugio. Me emocionó mucho encontrar el texto allí y recuerdo que enseguida se lo entregué a Tomás para que lo leyera. Por supuesto, recomendé a mis compañeras que hicieran noche en el mágico Manjarín y que conocieran al entrañable Tomás, el templario al que siempre llevo en mi corazón y que siempre me ha acogido con tantísimo cariño, como si de su hija se tratase. Nada más llegar al refugio, un letrero recuerda al peregrino lo siguiente: "Caminante no hay camino, se camino al andar". Este mes de septiembre, cuando vuelva de nuevo a hacer la Ruta Jacobea, quizás me quede un par de días en el refugio para coger fuerzas (físicas y espitiruales), impregnarme de la energía positiva que desprende mi estimado amigo y para compartir momentos especiales con este maravilloso guardían del Camino, al que conozco desde hace ya más de diez años. Gracias Tomás por ser como eres.
El comienzo del camino es como entrar en un cuento. Todo un símbolo dejar el asfalto e internarse en ese sendero cubierto por una cúpula de ramas y hojas. Una sensación muy fuerte. Esos primeros 7 kilómetros son una delicia. Luego llega el Erro, subida y –sobre todo- bajada, y te deja con el único deseo de llegar a Zubiri y sentarte, tumbarte. Un primer día para saber que ya estás caminando. Mirada, el camino nos iguala, a todos. Y a la vez nos hace diversos. Un beso.
Me está gustando muchísimo tu narración. Tu encuentro con Helena y ya llegar a su comentario... ha sido genial :)
Candela
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