13 enero 2009

ciento cincuenta y cuatro palabras

Sentado en aquel banco de piedra húmeda buscaba el sabor de la verdad guardada desde hacía tantos años. No tenía ninguna pista. Una intuición lo guió a través de las calles de la ciudad hasta el callejón, una sensación tétrica y melancólica se apoderó de él en un instante y fue entonces cuando consiguió recordar su pesadilla:

“Restos de una sustancia blanda entre un mar de piedras secas y sombrías.”

Quiso escribir la frase en un papel que revoloteaba alrededor del platanero, se dio cuenta de que era mejor cuidar la memoria, lo dobló en una cuarta fracción y se lo guardó en el bolsillo de las monedas.

“Ese esquelético árbol sólo le producía pena, el silencio del invierno habitaba entre sus ramas”.

Ya estaban de nuevo las palabras arremolinándose en su mente, ¿qué le pasaba? ¿por qué sus neuronas no paraban de hablarle?. Continuaban mostrándole señales que él no sabía interpretar.

Colegiata Santa María del Campo

6 comentarios:

Suso Lista dijo...

Como anda esta Guapalupe? Bicazos a millóns

Marina Culubret Alsina dijo...

a veces las palabras que nos viene así tan de golpe, necesitan macerarse e hilvanarse. Me gusta como lo describes...

Un abrazo cálido..!

ybris dijo...

Es el mágico poder de las palabras para inspirar más de lo que su literalidad sugiere.
Quizás porque encierren la plenitud de una historia y los rastros que dejan en nuestra vida.

Besos.

Tempero dijo...

La libertad que tienen las palabras de entrar en uno y la posibilidad de trangredirlas, ordenándolas o dejándolas como están.

Milleiros.

Ogigia dijo...

Como siempre, me encanta

ZenyZero dijo...

Las neuronas son como obejitas en un rebaño. El tiempo es el lobo, y el pastor..., ése no existe.
O se ha jubilado antes de tiempo.

Un beso.
Chuff!!

En archivo